Aycayia
Cuenta
la leyenda que ante la excesiva afición de los siboneyes al baile, el
juego de pelota y el licor que habían relajado completamente sus
costumbres. El viejo cacique de Jagua, deseoso de poner remedio al mal
reunió al consejo formado por los behiques (hechiceros) y los ancianos y
después de analizar la situación acordaron consultar al Cemí (ídolo),
quien manifestó que la causa de tantos males eran la belleza de las
mujeres que formaban la corte del cacique y sus seductores cantos y
bailes. Reunido
de nuevo en consejo, el cacique, los behiques y los ancianos decidieron
matar a las siete hermosas mujeres que formaban la corte del cacique, como
había aconsejado el Cemí. Cuando
el cacique y los behiques fueron a ejecutar la sentencia, no tuvieron
valor para matar a las siete mujeres y decidieron desterrarlas a un islote
de la bahía de Jagua. Tomaron
pues a las mujeres y se embarcaron en una piragua a cumplir con su misión,
pero en medio del trayecto se dieron cuenta que faltaba Aycayia, la más
bella. Pensaron regresar pero en eso empezaron a soplar vientos tan
fuertes que hicieron zozobrar la embarcación, ahogándose todos sus
ocupantes con excepción de uno de los behiques que pudo llegar al islote. Aycayia
fue la única de las siete hermosas mujeres de la corte del cacique que
quedó con vida, bien por su involuntario retardo al entretenerse en su
tocado, o porque previamente fuera advertida por uno de los behiques que
sentía por ella especial predilección. Aycayia
era de las siete la más hermosa, la que bailaba con más arte y
cantaba con más dulce y melodiosa voz. Así no es de extrañar que ella
sola siguiera perturbando la tranquilidad de la grey, alejando a los
hombres del trabajo, apartándolos del cumplimiento de sus deberes
guerreros y llevando la desunión a los hogares. De
nuevo se reunieron en consejo el cacique, los ancianos y behiques, y por
segunda vez acudieron en consulta al todopoderoso Cemí que les habló de
este modo:
Aycayia encarna el pecado, el pecado de la belleza, del arte y del amor.
Proporciona a los hombres el placer; pero les hace sus esclavos, robándoles
la voluntad. Y su diabólica fuerza está en que satisfaciendo a todos, no
se entrega a ninguno. Virgen es y virgen morirá. Si queréis vivir
tranquilos, arrojadla de vuestro seno. El consejo del Cemí fué seguido. Aycayia, condenada a vivir aisladamente en compañía de una anciana llamada Guanayoa, fue llevada a un solitario lugar llamado hoy Punta Majagua. Desgraciadamente, no por ello mejoró la situación. Era tal el imperio que sobre los hombres ejercía la bella bailarina, que a diario acudían a Punta M ajagua los siboneyes,
abandonando trabajos y hogares, con el solo objeto de ver a Aycayia
ejecutando sus danzas maravillosas, en las que hacia prodigios de agilidad
y destreza, y oírla cantar con su voz dulce y acariciadora. Como
es natural, todos rivalizaban en obsequiarla, llevándole frutos, plumas,
conchas, laminillas de oro y otros adornos propios para satisfacer la
femenil vanidad; y ella a todos sonreía y de todos aceptaba el obsequio,
sin que ninguno pudiera jactarse de ser el preferido. Las
pobres indias de Jagua se veían abandonadas, las casadas de sus esposos,
las doncellas de sus novios, quienes solo tenían ojos y oídos para la
incomparable Aycayia. Acudieron en queja al cacique, y este la traslado al
behique principal, que trató en vano de que las descarriadas ovejas
volvieran al redil. La bella desterrada, podía más que todas las
amenazas y conveniencias. Entonces
el behique acudió al medio supremo infalible: consulto por tercera vez al
Cemí de la diosa Jagua, quien le entregó unas pequeñas semillas de
color negro, a la vez que le daba las siguientes instrucciones:
Estas
semillas, son un amuleto contra el olvido y la infidelidad. Entrégalas a
las mujeres, encargándoles que las siembren en sus huertos. Cuando
florezcan, cesaran sus inquietudes y congojas y obtendrán de nuevo el
cariño de sus novios y esposos. Las
semillas, con solícito cuidado plantadas por las mujeres, dieron origen
al árbol conocido hoy con el nombre de Majagua o Demajagua, que significa
de Madre Jagua, cuyas hojas, flores y madera son consideradas desde aquel
entonces como amuleto o preventivo de la infidelidad conyugal. Crecieron
los árboles y al brote de sus primeras flores, sobrevino un violento
huracán, que barrió la barbacoa o casa alta sobre el agua que ocupaban
Aycayia y su anciana acompañante. Las olas enfurecidas arrastraron a las
dos mujeres al mar. La joven fue transformada en ondina o sirena, y la
vieja en tortuga, terminando así el funesto y avasallador imperio que la
bella y sin igual Aycayia ejercía sobre los siboneyes de Jagua. No
está constatada la tradición respecto a la actuación de Aycayia en el
mar. Unos la suponen ondina solitaria, vagando dentro de la bahía de
Jagua o en el mar libre, soplando en un enorme y nacarado cobo, gran
caracol de nuestros mares antillanos cuyo bronco sonido se confunde con el
ruido que hace Caorao, el dios de la tempestad. Otros, en cambio, la creen
acompañada, cabalgando sobre Guanayoa, convertida en enorme y asquerosa
tortuga, pero también soplando en el cobo, condenada eternamente a vagar
por el mar embravecido, purgando el pecado de haber sido en la tierra,
bella, seductora y virgen. Tomado del Libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919.
Leyendas de Cienfuegos Jagua
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Guanaroca
Las Mulatas
La Dama Azul La Bella Durmiente Pasacaballo La Venus Negra El Grito del Caletón El Combate de la Piraguas Una Cabellera que se Volvió Cascada
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